miércoles, 28 de abril de 2010

REFLEXIONES SEMANALES: ¿Conoces al Cordero de Dios?

Algunas veces no llegamos a entender la verdadera magnitud del sacrificio de Cristo en la cruz, por eso el texto de hoy nos lleva a meditar cuán importante es la obra de salvación de Dios y la necesidad que nosotros decidamos acceder a ella, es decir, es un trabajo de doble vía.



Saludos y bendiciones,


José Luis

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¿Conoces al Cordero de Dios?

Isaías 53:4-7. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”


A un turista que visitó una iglesia en Noruega le llamó la atención ver la figura de un cordero grabada cerca de la cumbre de la torre de la iglesia. Cuando preguntó le contaron que, cuando estaban construyendo la iglesia muchos años antes, un obrero se cayó de un andamio muy alto. Sus compañeros bajaron corriendo, esperando encontrarlo muerto. Pero, para su sorpresa, y alegría, estaba vivo y sólo ligeramente lastimado. El hombre sobrevivió a la caída porque en ese momento pasaba por debajo de la torre un rebaño de ovejas, y él cayó encima de un cordero. El cordero murió aplastado, pero amortiguó la caída del hombre, salvando así su vida. Para recordar ese milagroso suceso, alguien grabó un cordero en la torre, a la altura exacta desde donde cayó el obrero.


Ciertamente es esta una historia muy conmovedora, pues la vida de aquel hombre fue salvada por el cordero que, casualmente, en aquel instante pasaba por debajo de donde el obrero estaba trabajando. Pero existe una historia de otro cordero, que sacrificó su vida, no de forma casual sino premeditadamente, con el fin de salvar no una vida, sino toda la humanidad, para librar al mundo de la condenación, ofreciendo en cambio la salvación del alma y la vida eterna. Este cordero es el Cordero de Dios.


El pasaje de hoy lo escribió el profeta Isaías hace casi tres mil años. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Isaías describió, con siglos de anticipación, el sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario, el cual sufrió, fue herido, azotado y humillado, y aun así no protestó, sino que “como cordero fue llevado al matadero.” Con esta frase, Isaías hace alusión a los sacrificios que en aquellos tiempos el pueblo israelita hacía con el fin de pagar por la expiación de sus pecados. Una vez al año, el Día de la Expiación, el sumo sacerdote entraba al Lugar Santísimo dos veces con la sangre de un cordero que había sido sacrificado (Levítico 16). Primero, entraba para hacer expiación por sus propios pecados, y luego por los pecados del pueblo. Esa sangre era la evidencia que Dios requería para que el castigo por el pecado fuera pagado.


Sin embargo, estos sacrificios no eran suficientes para una limpieza definitiva, y cada año había que repetirlos. Dice Hebreos 10:3-4: “Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.” Por eso Dios, con el fin de darnos el perdón de nuestros pecados de una vez y para siempre, envió a un Cordero perfecto, su Hijo Jesucristo, “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16). Juan el Bautista, quien fue designado para que diera testimonio del Mesías a los judíos, cuando vio a Jesús que venía a él, dijo a todos: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29). Este cordero dio su vida por la humanidad en un sacrificio perfecto, y su sangre derramada es suficiente para limpiar de todo pecado para siempre a aquellos que creen en él y lo aceptan como su salvador personal.


Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Si tú has aceptado a Cristo como tu salvador, ¡Gloria a Dios! Pero si aun no has conocido al Cordero de Dios, y quieres disfrutar de esa vida en abundancia que él ofrece, simplemente eleva al cielo una oración confesando tus pecados y pidiendo a Jesús que los lave con su sangre. Entonces él entrará en tu vida y reinará en ella para siempre.


ORACION: Bendito Dios, una vez más te doy gracias por haber dado a tu Hijo como pago por mis pecados. Gracias porque al aceptar ese sacrificio, yo se que ahora tengo vida eterna, y que algún día moraré junto a ti por toda la eternidad. En el santo nombre de Jesús, Amén.


Fuente: http://www.diostehabla.com/diaria.php

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