martes, 21 de septiembre de 2010

ARTÍCULOS DE INTERÉS: LA DISCIPLINA DE LA SENCILLEZ

Liderazgo Eclesial, clases de Maestría
Gabriel Gil Arancibia, Profesor



LA DISCIPLINA DE LA SENCILLEZ 
Por el Dr. Richard Foster, del libro “Alabanza a la Disciplina”

La sencillez es libertad. La doblez es esclavitud. La sencillez nos trae gozo y equilibrio. La doblez nos trae afán y temor. El predicador del Eclesiastés observó: “Dios hizo sencillo al hombre, pero éste se ha complicado la vida” (Ecl. 7:29).  La disciplina cristiana de la sencillez es una realidad interna que da como resultado un estilo de vida externo.

La cultura contemporánea carece tanto de la realidad interna como del estilo de vida externo que la sencillez produce. Internamente, el hombre moderno está fracturado y fragmentado. Está atrapado en un laberinto de compromisos que compiten entre sí. En un momento toma decisiones basado en la sana razón, y en el siguiente, las toma por el temor de lo que los demás dirán de él. No tiene un punto central único en el cual orientarse.

A causa de la falta de un centro divino, nuestra necesidad de seguridad nos ha llevado a una insana adhesión a las cosas. Tenemos que entender claramente que el deseo apasionado de acumular riquezas en nuestra sociedad contemporánea es sicótico. Y es sicótico porque ha perdido por completo su contacto, con la realidad. Anhelamos vehementemente las cosas que no necesitamos ni disfrutamos. “Compramos las cosas que no necesitamos para impresionar a las personas que no nos gustan”[1]. Nos sentimos avergonzados de usar ropa desgastada o carros viejos. Los medios de comunicación nos han convencido de que el hecho de no estar a tono con la moda es no estar a tono con la realidad. Es tiempo de que despertemos al hecho de que conformarnos a una sociedad enferma es estar uno enfermo. Mientras no comprendamos cuán desequilibrada ha llegado a estar nuestra cultura en este punto, no podremos hacer frente al espíritu que nos impulsa a acumular riquezas que están dentro de nosotros, ni desearemos la sencillez cristiana.

Esta psicosis impregna aún nuestra mitología urbana. El héroe moderno es el muchacho pobre que llega a ser rico, en vez de ser el ideal de un muchacho rico que voluntariamente se hace pobre (convirtiéndose en franciscano o budista, por ejemplo). A la codicia la llamamos “sana ambición”; a la acumulación de riquezas, “prudencia”; a la avaricia “industria”.

Además, la cultura actual es contraproducente. Por un lado se ve un mejoramiento en el estilo de vida externo (mejor trabajo, sueldo, carros nuevos, casas cada vez más grandes, etc.), pero también hay una carencia en atender los problemas internos de la sociedad.

Necesitamos ánimo para articular modos de vida nuevos y más humanos. Debiéramos objetar la moderna sicosis que define a la gente según la cantidad que pueda producir o según lo que gane. La disciplina espiritual de la sencillez no es un sueño perdido, sino una visión recurrente a través de la historia. Hoy podemos recapturarla, ¡Tenemos que recapturarla!


Diez Principios Controladores para la  Manifestación 
externa de la Sencillez 

Estos principios no deben considerarse como leyes, sino como un intento par incorporar el significado de la sencillez en la vida del siglo XXI.

Compra cosas por la utilidad que representan y no por el nivel social que sugieren.

Rechaza cualquier cosa que te produzca propensión.

Desarrolla el hábito de regalar cosas en buen estado, cosas importantes para ti.

Niégate a dejarte programar por los custodios de la fabricación de modernos artefactos superfluos.

Aprende a disfrutar las cosas sin poseerlas.

Desarrolla un aprecio más profundo hacia la creación de Dios.

Mira con un saludable escepticismo todo lo que diga “Compre ahora y pague después”.

Obedece las instrucciones de Jesús respecto a un lenguaje sencillo y sincero (Mateo 5:37).

Rechaza cualquier cosa que alimente la opresión hacia otros.

10º Evite cualquier cosa que lo distraiga de su meta, vivir con sencillez.

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[1] Arthur G. Gish. Beyond the Rat Race. New Canaan, Conecticut: Kyats Publishing, Inc. 1973, pág. 21.



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