miércoles, 7 de abril de 2010

ESTUDIOS BÍBLICOS EN LAS IGLESIAS EN CASAS: UNA IGLESIA PRÓSPERA. PARTE I

Iglesia “Cristo en Casa”
Gabriel y Fabiola Gil, Pastores



Tomado del estudio “El plan de Dios para la prosperidad” de Fred Price,
Biblia de Estudio Plenitud, Editorial Caribe 1994

Introducción.
Una serie de ejemplos señala el precio de seguir la senda de la fe: Desinterés, servicio, sacrificio y ofrenda. De Abraham a los apóstoles se observa la trayectoria del poder sagrado. Pero otra cosa salta a la vista: El tesoro de las bendiciones de Dios está a disposición de sus siervos consagrados. Él ha prometido: 1) Bendición, 2) Prosperidad, y 3) Abundancia. La ley está muy clara en el orden divino: La fidelidad en ofrendar y servir es recompensada con abundancia, y esa prosperidad es continua mientras se mantenga la fe y las ofrendas.
El autor de este estudio ha defendido este principio, a riesgo de ser mal interpretado como partidario de una prosperidad “barata”. Pero examinando su enseñanza sobre esta verdad, hallamos evidencia bíblica que la apoya. Sin embargo, la prosperidad no llega sola ni “de la noche a la mañana”, requiere de un largo camino de discipulado que tiene su precio. Veamos cuáles son los principios que Dios nos enseña en su Palabra para constituirnos en cristianos prósperos, una IGLESIA PRÓSPERA.

1. El plan de prosperidad incluye el diezmo (Malaquías 3:8-10).
Mucha gente está incapacitada por su propia pobreza y ésta es a menudo causada por su desobediencia a la Palabra. De muchas maneras se manifiesta esta desobediencia; una de ellas es ¡robarle a Dios! Este pasaje claramente nos dice que aquellos que retienen sus diezmos y ofrendas le están robando a Dios. En consecuencia, también se privan a sí mismos de las bendiciones que Dios desea otorgarles. Cuando uno cesa de diezmar está violando la Ley, entonces ésta no puede obrar a favor nuestro.
Nada hará que un creyente sabio deje de ofrendar y diezmar, pero ella o él jamás diezmarán u ofrendarán con el objetivo de obtener algo. Mas bien, la acción de dar procede de la obediencia y ¡Dios siempre recompensa la obediencia!

2. La ley de la reciprocidad divina (Lucas 6:38).
Hay una ley universal de reciprocidad divina. Tú das; Dios te da a ti. Cuando siembras una semilla, el terreno rinde una cosecha. Eso es una relación recíproca. El terreno te da a ti, si tú le das al terreno. Depositas dinero en el banco y el banco te paga los intereses. Eso se llama reciprocidad.
Sin embargo, hay mucha gente que quiere recibir sin dar nada, especialmente cuando se trata de las cosas de Dios. Ellos saben que la reciprocidad es fundamental en el sistema del mundo. Y, no obstante, siempre esperan que Dios les envíe algo cuando ellos no han invertido en el reino de Dios.
Si no estás invirtiendo tu tiempo, tu talento, tu dedicación y tu dinero, ¿por qué esperas recibir algo? ¿Cómo puedes obtener alguna cosa cuando no has sembrado ninguna semilla? ¿Cómo puedes esperar que Dios honre tus deseos cuando no has honrado su mandamiento de ofrendar? La prosperidad empieza por la inversión.

3. La prosperidad es un resultado (3ª Juan 1:2).
Está claro que Dios quiere que sus hijos prosperen. ¿Cómo puede alguien atreverse a negar esto? Sin embargo, la prosperidad no debiera ser un fin en sí misma, sino el resultado de una calidad de vida, entrega, dedicación y acción que esté en correspondencia con la Palabra de Dios. En este versículo, la palabra “prosperado” (griego euodoo) literalmente significa “ayudar sobre la marcha” o “tener éxito en alcanzar”. Claramente implica que la prosperidad divina no es un fenómeno momentáneo o pasajero, sino que es mas bien un estado continuo y progresivo de buen éxito, de bienestar. Se aplica a todas las áreas de nuestra vida: Espiritual, física, emocional y material. Sin embargo, Dios no quiere que pongamos un énfasis indebido en ninguna de estas esferas. Hay que mantener un equilibrio.

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