jueves, 15 de julio de 2010

ARTÍCULOS DE INTERÉS: ¡ME SIENTO SOLO!


¡Me Siento Solo!
Por Gabriel Gil Arancibia, Mtr. en Teología. Profesor, escritor y conferencista.

La semana pasada leí en un periódico una noticia que hizo entristecerme y sumirme en un profundo estado de reflexión. La noticia narraba la historia de una mujer que fue hallada muerta en su departamento en Londres después de dos años. Su cuerpo fue encontrado por el dueño del piso quien forzó la puerta de entrada al ver que su inquilina no realizaba los pagos del inmueble. Al entrar, el señor se percató que la televisión y el sistema de calefacción estaban encendidos. La mujer, según relató el hombre, estaba tendida en la alfombra de la sala, junto a ella había dos fundas de supermercado que contenían mercadería navideña. Según el médico forense la mujer había muerto hace más de dos años y lo más triste de todo, “sin que nadie se percatara de ello”. La policía interrogó a sus vecinos, algunos de ellos ni siquiera sabían que vivía una mujer allí. Uno de ellos dijo: “es costumbre en Londres no inmiscuirse en la vida de los demás”.

La Soledad de Las Multitudes

¿De qué murió esta mujer? Es la interrogante que la policía londinense debía responder. Pudo ser a causa de un ataque al corazón, quizás al inhalar monóxido de carbono en exceso por el sistema de calefacción, o tal vez fue una apendicitis no atendida, etc; pero lo seguro de todo esto es que la mujer murió en una absoluta y despiadada soledad.

Es el clásico problema de la soledad de las multitudes. Hombres y mujeres de todo estatus social y económico se encuentran solos en medio de un mar de gente. Esto me hace pensar en cuántas personas con las cuales estamos en contacto diario viven una secreta soledad.

Los sicólogos reportan que muchas veces sus pacientes al terminar la visita afirman: “Hace años que busco, sin darme cuenta, a quien contar lo que acabo de confesar, a quien confiarme sin reservas y sin temor a ser juzgado”. ¡El ser humano tiene la necesidad de contacto humano!

La siquiatra Tina Seller afirma que “los hombres se han vuelto cada vez más solitarios”. Esto es fácil de comprobar, basta poner atención a los sencillos ejemplos que a continuación se presentan: Existen personas que al padecer un mal crónico o una larga enfermedad han sido aisladas. Al principio los familiares y amigos las visitan con frecuencia, pero luego se cansan y el único lazo que los liga con el mundo exterior es la visita del médico. También hay las personas que al no poder cuidarse así mismas (ancianos, discapacitados, con retardo mental, entre otros), quedan a cargo de los familiares que pronto los envían a algún hospital o asilo. También tenemos entre nosotros personas que teniendo familia, casa y trabajo, pero sin saber cómo, se sintieron extraños y aislados, y decidieron vivir una vida gris teniendo por único confidente y amigo a un gato (los vagabundos o ermitaños, por ejemplo).

Pero, ¿será que esto le ocurre sólo a aquellas personas conflictivas y retraídas? ¡Claro que no! Sería atribuirlo a simples circunstancias personales. El hecho es muy general y propio de nuestra época. El hombre y mujer del siglo XXI se siente solo en la ciudad, en la empresa, en el barrio, e incluso en su propio hogar.

El Espíritu de Comunidad

El psicólogo Paul Tourner en su libro De la Soledad a la Comunidad afirma que “la soledad del hombre está ligada al miedo; los hombres se temen. Tienen miedo a ser aplastados en la calle, miedo es un sentimiento natural y universal aunque traten de ocultarlo”.

Por su parte el doctor O. Farell escribió en alguno de sus libros que: “Antes de la edad de la razón el niño como la bestia tiene miedo al ruido, al silencio, a la noche, al viento, a la muchedumbre, a todo lo que no sea su madre o su familia… Este miedo lo sigue aún siendo adulto. El hombre busca seguridad, sanar de su angustia original”.

Hoy se habla mucho de la globalización, y aunque se han dado varias definiciones de este término (básicamente la globalización busca la integración de todas las personas en algo común, ya sea en un mismo sistema financiero, político o religioso), lo curioso es que en lugar de crear una cultura global real                                            -comunidades diversas pero entrelazadas-, utilizamos el instinto comunitario para separarnos y protegernos los unos de los otros. Esto lo podemos observar en las sangrientas luchas étnicas, en los conflictos raciales o en las disputas ideológicas que han llevado a la humanidad a la destrucción en vez de la unión.

Tourner reflexiona sobre esto y declara que “buscamos personas más afines a nosotros para protegernos del resto de la sociedad. Evidentemente estos caminos no nos conducen a un futuro que valga la pena habitar. Nuestra gran tarea es volver al sentido de la comunidad para así pasar del proteccionismo cerrado de las formas y actitudes a la inclusión y la aceptación planetaria”.

Es como si tú o yo viviéramos cada uno en una isla en medio del mar pero rodeado de otras islas donde habitan otros humanos. Si tan solo decidiéramos salir de nuestra propia isla y nadar hacia donde están nuestros prójimos y compartir con ellos/ellas nuestras experiencias (éxitos y fracasos), ¡qué distinta sería nuestra historia como raza humana!

Y es precisamente lo que debemos hacer. La soledad de las multitudes es uno de los males que padece nuestro mundo actual (y Ecuador no es la excepción). La forma de contrarrestarlo es recordar que fuimos creados como seres sociables y por tanto con la capacidad de relacionarnos con otros humanos. Así que la próxima vez que salgas de tu casa saluda a tu vecino(a), conversa un rato con la tendedera del barrio, regálale una sonrisa y un gracias al taxista que te lleva al trabajo o simplemente detente en el parque de tu ciudad a charlar con un desconocido, ¿ridículo? No lo creo, es cuestión de actitud. Esto es el espíritu de comunidad.

Finalmente…

Hay personas que se sienten solas y están deseosas de que alguien como tú les pregunte ¿cómo estás? Aprovecha toda oportunidad para brindarte a los demás.

La soledad no es una opción de vida como algunos pueden sostener, es la consecuencia de una sociedad cada vez más enajenante. ¡Pidamos a Dios que nos enseñe a vivir en comunidad! En Él, el ser humano encuentra total seguridad y en la relacionalidad con el prójimo encuentra más a la humanidad.

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