martes, 23 de noviembre de 2010

REFLEXIONES SEMANALES: ¿CÓMO RESUELVES TÚ EL PROBLEMA DEL PECADO?



El texto de hoy nos lleva a reflexionar sobre un tema ampliamente discutido en el campo teológico pero que a la vez es el fundamento de la fe en Cristo, pidamosle al Señor discernimiento para poder aceptar la única solución posible a este problema que seguramente es parte de nuestra vida.

Saludos y bendiciones

José Luis
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¿Cómo resuelves tú el problema del pecado? 

Romanos 3:23

“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.”

En su libro “El Gran Divorcio”, el conocido autor y erudito cristiano C. S. Lewis narra acerca de un personaje que no quiere absolutamente nada que no sean “sus derechos”. Es decir, él quiere solamente lo que él merece, nada más, nada menos. A simple vista, esto parece un acto de humildad, sin embargo esta actitud es generalmente motivada por un sentimiento de orgullo y más bien refleja una falsa humildad. Hay personas que se resisten a aceptar cualquier tipo de ayuda. Algunas reaccionan diciendo: “No necesito tu compasión”, o “Yo puedo hacerlo por mí mismo”. Hasta cierto punto, estas personas inspiran respeto, pues están resueltas a triunfar en la vida por su propio esfuerzo. Sin embargo cuando esta actitud de orgullo se manifiesta en el aspecto espiritual, irremediablemente traerá graves consecuencias. Si nosotros creemos que somos autosuficientes en todo, y estamos determinados a resolver todos nuestros problemas sin la ayuda de nadie, vamos a fallar miserablemente cuando tratemos de resolver el problema del pecado.


El pecado es un problema que nos afecta a todos. El pasaje de hoy nos dice claramente que todos somos pecadores y por lo tanto no merecemos el acceso a la gloria de Dios. Y Romanos 6:23 declara que “la paga del pecado es muerte.” Si, al igual que el hombre orgulloso del libro de Lewis, solamente aceptamos “nuestros derechos”, o sea lo que merecemos, entonces el pecado reinará en nuestras vidas y sufriremos sus consecuencias, que no son otras que la separación de Dios y la condenación eterna. En realidad la única manera de ser libres de la carga del pecado y su terrible final es renunciar a nuestro orgullo y autosuficiencia, y aceptar humildemente lo que no merecemos: la salvación de nuestras almas a través del sacrificio de Jesucristo en la cruz del Calvario. Esta es la gracia de Dios, la cual se manifiesta precisamente al darnos lo que no merecemos.


Hubo un hombre llamado Saulo de Tarso, que era muy orgulloso, “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.” (Filipenses 3:5-6). Este hombre tuvo un encuentro personal con Jesucristo cuando se dirigía a la ciudad de Damasco en gestiones para continuar su persecución de los cristianos. Allí en el camino se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, y le habló desde el cielo. Y Saulo cayó rendido de rodillas (Hechos 9:4). Desde ese instante la vida de Saulo de Tarso cambió radicalmente y para siempre. Aquel que ahora conocemos como el apóstol Pablo, más tarde escribió, refiriéndose a todas aquellas cosas que eran el motivo de su orgullo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” (Filipenses 3:7-8). 


En su carta a los efesios, el apóstol Pablo escribió: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” (Efesios 2:8-9). Si no has aceptado a Jesucristo como tu salvador, y aun estás tratando de hacer buenas obras para ganarte el cielo, aplica a tu vida esta enseñanza, dale gracias al Señor por ofrecernos lo que es totalmente imposible de obtener por nosotros mismos: la salvación de nuestras almas, y abre tu corazón invitando a Cristo a entrar en tu vida.


ORACION: Dios de amor y misericordia, gracias por haber enviado a tu único hijo para morir por mí en la cruz, y así darme la salvación que jamás yo hubiese podido obtener por mí mismo. Hoy me gozo en la seguridad de la vida eterna, y te doy a ti toda la honra y la gloria. En el nombre de Jesús. Amén.



Fuente: http://www.diostehabla.com/diaria.php

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